Cada vez que el pueblo sufría de sequía o males del cielo,
los sacerdotes se dirigían al pozo sagrado, con el fin de calmar la ira de los dioses del agua.
Acompañábanse de fermosas vírgenes,
a quienes lanzaban al pozo tras finalizar el ritual del sacrificio.
Las vírgenes participaban del rito con actitud solemne y el rostro bajo,
pero siempre, después de ser lanzados al vacío y al profundo pozo,
quedaba sólo un grito agudo y largo, como único testigo triste del sacrificio fumano,
y las abundantes joyas y utensilios que los sacerdotes dejaban caer.
- Diego de Landa (1524-1579), Las relaciones consanguíneas del Yucatán –
Murmullos contenidos. Pasos firmes y cortantes, monótono ritmo de lanzas con puntas de piedra chocando unas contra otras. Penetrantes rayos del sol llenando la tensión general con un calor de mediodía.
Ella caminaba. Su largo manto púrpura se arrastraba esparciendo un soplo de perfume de canelo sobre el alfombrado de rocas pulidas y encajonadas a lo largo del camino al templo.
Delante de ella, con pasos sólidos y como si quisiese dejar una huella eterna en aquel sendero al pozo sagrado, el sacerdote avanzaba, con su túnica ceremonial cubierto de adornos simbólicos, partes de la barba blanca asomándosele por las espaldas, un machete a la cintura.
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