Category: cuento

  • Frases al oído

    Una historia irreal basada en una observación real.

    Voz: Lo recuerdas, querido?

    Segunda voz: …

    Segunda voz: Era una noche de los comienzos de verano, aunque ocasionalmente soplaban brisas refrescantes. Salía de mi casa a tomar un poco de aire. A sentir, cuando el viento era fiero, los caracoles cayendo de las hojas y reventándose contra el cemento de la vereda. A oír los ciegos rumores nocturnos, a palpar esa oscuridad un tanto derretida ante los faroles.

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  • Resurrección

    Cada vez que el pueblo sufría de sequía o males del cielo,
    los sacerdotes se dirigían al pozo sagrado, con el fin de calmar la ira de los dioses del agua.
    Acompañábanse de fermosas vírgenes,
    a quienes lanzaban al pozo tras finalizar el ritual del sacrificio.
    Las vírgenes participaban del rito con actitud solemne y el rostro bajo,
    pero siempre, después de ser lanzados al vacío y al profundo pozo,
    quedaba sólo un grito agudo y largo, como único testigo triste del sacrificio fumano,
    y las abundantes joyas y utensilios que los sacerdotes dejaban caer.

    • Diego de Landa (1524-1579), Las relaciones consanguíneas del Yucatán –

    Murmullos contenidos. Pasos firmes y cortantes, monótono ritmo de lanzas con puntas de piedra chocando unas contra otras. Penetrantes rayos del sol llenando la tensión general con un calor de mediodía.

    Ella caminaba. Su largo manto púrpura se arrastraba esparciendo un soplo de perfume de canelo sobre el alfombrado de rocas pulidas y encajonadas a lo largo del camino al templo.

    Delante de ella, con pasos sólidos y como si quisiese dejar una huella eterna en aquel sendero al pozo sagrado, el sacerdote avanzaba, con su túnica ceremonial cubierto de adornos simbólicos, partes de la barba blanca asomándosele por las espaldas, un machete a la cintura.

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  • De la inspiración verdadera

    La mansión estaba ahí, con todas sus ventanas sin vidrio, sus paredes de madera deshechos a medias, techo rojo y la vegetación salvaje rodeándola por todos lados, como si quisiesen acabar con lo poco de lo humano que en aquel rincón del área en demolición quedaba.

    El estudiante lo observaba con maña y agudeza. Una camioneta blanca cruzó por enfrente suyo, privándolo del objeto de sus cuidadosas miradas por un breve espacio de tiempo. Estaba sentado en el césped, sobre la parka que había puesto cuando comenzó a sentir las primeras oleadas de frío. A esa hora el tráfico solía concentrarse más a su espalda, pero aquello no ocurrió. Los semáforos, seguramente. Su compañero estaba también a su lado, tratando por su parte de concentrar su atención a la triste construcción ? no podía, por supuesto. Las tersas piernas de las colegialas de camisa verde que aparecían de vez en cuando por el lado de Inglaterra resultaron ser mucho más interesantes; era natural, era su edad.

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  • Stravinsky al Óleo

    No debe de tener más de catorce años. Ella mira.

    El joven está concentradísimo en su trabajo, rostro sonriente. Le han pagado muy bien, pero tiene su precio: debe preocuparse de no pintar más allá de los marcos, porque no se puede borrar. Es el marco de la ventana, y la pared ya está pintada con rojo, de modo que si le aplica diluyente, se descolora la pared. Aunque lo pinte otra vez, la mancha estará allí, acusadora del error; y le pagarán menos. Con sumo cuidado, pasa la brocha por la parte más delgada del marco. Se saca la lengua y muerde con los dientes.

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  • Un jardinero más

    Eres… ¡eres una flor!
    -versos de incienso y mirra, nª310599-

    Lirios y jazmines se entremezclan bajo el estrecho atardecer. Ella camina junto a mí. Tiernos pastos son mis cómplices y ocultan todo murmullo de movimiento; de vez en cuando, el crujir de una hoja seca –rociada con la lluvia por la tarde- interrumpe la sorda música del llano. Mi llano. Todo es mío, mío. Tuyo. El llano, los aires lechosos, brisas ocultas en matorrales a orillas del río. No oigo los grillos. ¡Qué raro! Siempre estaban allí, cantando quién sabe qué tristes historias de niños devorados por dragones, rosas y princesas y amores frustrados. Y estoy, yo aquí, yo y ella, y no oigo los grillos. Es natural – creí haber oír quietas risas de sirenas, pero las sirenas no habitan ríos.

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