Destino de un radical

¨Porque… el soldado nunca muere… sólo desaparece.¨
McArthur, exgeneral de las fuerzas americanas en el pacífico, en su discurso de jubilación, al ser despedido por proponer un abierto ataque a China durante la guerra de Corea.

Bocas abiertas. Rostros atónitos. Ojos interrogantes. Por momentos, reinó por la sala de conferencias un silencio de muerte.
Luego de un lapso de eternidad, durante la cual todos mantuvieron un silencio no acordado, comenzó el vocerío…
-¡pero cómo!
-¡no puede ser…! ¡no aceptaremos tal blasfemia!
-¡deberían ser castigados, es lo justo!
Así que cada cual cree tener la solución… pero el curso de las acciones se decidirá en unas horas, y no serán ellos quienes opinen entonces- pensaba, riéndose de ellos, Protágoras, mientras recorría con la vista el resto de los concurrentes. Al encontrarse su mirada con Adriano, comprendió por el brillo de sus ojos que él pensaba lo mismo.
Unas horas después, Protágoras y Piteas se encontraban en el patio central, discutiendo animadamente las consecuencias que podría acarrear tal acontecimiento. El sol radiante, esparciendo su calor por igual a todos, parecía indiferente a lo que ocurría allá abajo. Los acompañaba callado y cabizbajo, Adriano.
-pero, ¿cómo fue posible que la información llegara tan tardíamente? –preguntaba Protágoras, ansioso de saber más detalles.
-no pueden decir que fueron asesinados mientras no hallen los cadáveres. Supongo que ningún criminal querrá broncearse todo el día mientras permanece amarrado sobre un palo de madera. –era la burlesca respuesta de Piteas.
-¿están acusando al estado de Sagunto como culpable?
-cuando un cartaginés está enojado, hay que esperar hasta que se le despeje la vista. Personalmente, no tengo nada en contra de Sagunto.
-¿qué crees que ocurrirá?
-todo es posible, tágoras. La mayoría no está aún a favor de una represalia directa…
-¿quién no teme a Asdrúbal? –comentó Adriano.
-¿pero aún no se conoce la opinión del cónsul al respecto?
Piteas se detuvo. Era un cartaginés clásico, robusto por exigencias de la vida cotidiana marítima. Mirándolo detenidamente, le dijo, como si tratara de despertarlo de su ensoñación: -aún eres muy joven, tienes mucho que aprender… podrías comenzar por pensar un poco antes de preguntar…

Su autoridad era incuestionable. Protágoras se sentía mal. Aun teniendo apenas dos años más que él, este cartaginés tenía ya tanto dominio carismático como un senador.
Marcharon trémulos hasta el comedor. La comida no parecía apetitosa, pero él no estaba de ánimos para custionarse tales finezas. Comieron en silencio; el ambiente general lo permitía con suficiencia.

Los rumores que corrían acerca de la antipatía existente entre Sagunto y el estado cartaginense eran ciertas. La confirmación oficial de la muerte de un embajador cartaginés a manos de terroristas romanos había creado ánimo suficiente para preocupar la gran mayoría de los políticos de la época, especialmente pacifistas, encabezados por el general en puesto – Asdrúbal.

Protágoras, natural de Corinto, Grecia, había llegado como embajador subrepresentante de Roma en Cartago. Hacía meses que un grupo de embajadores cartaginenses, se había reportado como desaparecidos. Su jefe –y representante de la embajada romana, Adriano- le había recomendado mantenerse informado sobre todo lo concerniente al asunto. El joven griego obedeció las órdenes de su superior; apenas llevaba dos años trabajando en el lugar, de modo que debía asentarse firmemente en el área para iniciar actividades independientes.

Ésta era la razón por la que aún con ojos soñolientos y pensamientos difusos, Protágoras había participado en la reunión matinal del senado. Se corrían voces de una posibilidad de un informe acerca de los progresos del equipo de investigación. La conferencia había llevado toda la mañana, pero los provechos obtenidos eran mínimos: los embajadores habían sido asesinados. El estado de Sagunto negaba redondamente culpabilidad alguna; efectivamente, así era mas el orgulloso gigante mercantil del mediterráneo occidental no dejaría pasar una circunstancia así. La guerra se veía próxima a estallar, lo que terminó por ocurrir 3 años después –218 A.C.- iniciado por la invasión cartaginensa, bajo mando de Aníbal, en la galia Cisalpina.

Cartago es fundamentalmente pacífico. Los comerciantes no agradan de disputas y luchas pero la población no es puramente mercantil… –hundido plácidamente en sus ideas, Protágoras analizaba la situación. ¡Qué agradable era ocuparse de temas tan livianos y apegados a la realidad! Constituían un auténtico bálsamo a su mente después de penosos y complicadísimas reflexiones. Desviaciones internas.- ¿por dónde iba? Ah, sí. De todo hay en nuestro pequeño mundo…

Los intereses se centraban alrededor de la reacción del hijo de Almícar – Aníbal. Joven, impulsivo y extremista por naturaleza, Aníbal proponía una revancha de la primera guerra, en una posición abiertamente contraria al actual general y líder en la práctica, su hermano-por-ley. Era un punto de vista defendido igualmente por Piteas, aunque no en toda su transparencia. La sumisión es una vergüenza para nuestro pueblo –solía decir por vía de introducción de largas veladas de discusión- y no aceptaremos intervención exterior de ningún tipo… ¿no solías opinar lo mismo, estimado Protágoras?

-¿no solías opinar lo mismo?
¿qué? –el joven griego despertó de su estado se de inconsciente y se incorporó a la conversación. El cartaginense había roto su silencio.
-bueno… lo que no debemos ignorar es que dos nacionalismos extremistas no pueden, ni deben, coexistir… –Adriano tenía razon. Pero era sabido que los cartaginenses eran difíciles de convencer, y él esa mismo estaba comprobando aquella superstición:
-¿quieres decir que la creencia en una superioridad específica no es más que orgullo sin fundamento?
-seamos objetivos, Piteas.
-Roma no ha respetado ni la racionalidad ni una confianza mutua, ¿para qué nosotros?…
-pero… –dijo Protágoras, súbitamente iluminado por una idea.
La discusión cesó abruptamente tan pronto como Protágoras trató intervenir. Él creyó que no había sido oportuno, pero en vez de pensar en una ocasión en que hubiese una cabida mejor a su entrada al tema, no pudo evitar, como de costumbre, por desesperarse por lo que siempre le preocupaba. Ya acostumbrado a esta clase de desviaciones internas, –como solía denominarlo él mismo- se dejó llevar por ella, tranquilamente.

porqué estoy aquí cuando ha comenzado el mundo cuando se acabará quizás ha existido siempre y no termine nunca quizás no cómo poder saberlo en todo caso que vale nuestra vida en medio de estos tiempos y espacios inmensos debe existir algún fin más elevado a la vida cúal será en ese caso qué estoy haciendo aquí perdiendo el tiempo son las limitaciones del mundo real pero entonces eso no promete nada quizás ellos ya lo sepan y por eso no lo discuten pero por zeus nunca lo han mencionado no puedo hablar de eso en un momento así pero nunca he tenido la ocasión y quizás no la haya nunca debo hablar abrirles el mundo que veo a mis ojos desgraciadamente el lenguaje cotidiano no lo permite debo estimularlos pero como lo haré oh hermes dame inspiración

Y siempre era así. Era un cúmulo de ideas, todas interconectadas entre sí; él podía sentir instintivamente que eso era más importante que cualquier otra área del conocimiento, pero no estaba dotado de la capacidad para explicarlo. Cuando analizaba un punto, era necesario explicar la otra que lo completaba; cuando explicaba aquélla, había que mencionar la primera, y así sucesivamente. Inclusive el idioma en que lo pensaba no le era claro; el vocabulario no alcanzaba a apoyarlo a menudo en el latín. Sólo el griego –su lengua materna, por cierto- suplía las en parte sus falencias del léxico, pero muchas veces demostraba ser insuficiente. Entonces era el fin del pensamiento racionalizado. Su mente no cesaba de fabricar nuevos e incomprensibles conceptos cada vez de manera más desorbitante; un bullir incesante dentro de su cabeza, hasta que lo vencía el sueño –ya que este tipo de molestias solía ocurrir a altas horas de la noche, cuando ya trataba dormir… pero esta vez no trataba dormir…

-¿pero qué te ocurre, amigo mío? ¿planeando cómo conquistar el mundo? ¿otra vez con lo que debiésemos llamar tus alucinaciones románticas?

Adriano, sentado ligeramente arrinconado, se reía de la picaresca broma de su compañero. Ambos sabían de los rumores que últimamente el novato romano estaba tras de una chica cartaginesa. Forzando una sonrisa, Protágoras intentó reincorporarse. No le faltaba tacto para entender a qué se referían: el tema no era agradable.
El cartaginés y el jefe del reducido grupo reanudaron animadamente la discusión, ya destensado bastante por las risas.

A pesar de su esfuerzo, el joven no lograba concentrarse. De todos modos, lo fundamental ya se había desviado del inicio… se alejaba más y más de la realidad, otra vez, absorto en sus pensamientos…

-vamos, allá viene nuestro amigo…
Una baja voz, y al parecer algo nervioso de Adriano, lo hizo volver de un golpe. Protágoras se sacudió la cabeza, comprendiendo vagamente las palabras de su interlocutor. Esas voces… sonaban tan lejanas e irreales… quizás porque trabajó demasiado anoche… pero ¿qué hizo anoche? ¡No! No eran el momento ni el lugar para perderse a tan esperado sujeto.

-que… ¿y Piteas?
-se ha ido hace como media hora… despierta, tenemos un objetivo que alcanzar.
-¿cómo sabes si nadie nos acecha?
-previne a mis guardias sobre este encuentro… tienes razón, no me agrada este tipo de contacto. Mira… allá al lado de la puerta tengo apostado uno.
-pero… no, nada.

Aspiró hondamente. Con razón se sentía de alguna manera bajo una observación cautelosa. El calor era recalcitrante; ya era mediodía. El visitante se sentó con ellos. Ya lo conocía; lo había visto dos veces. Tras un saludo de fórmula, el visitante se descubrió ligeramente. Por la toga y sus maneras cualquiera lo hubiese tomado por un romano común y corriente; pero su rostro, duro y marcadamente moreno, lo delataba todo: era númida.

Los númidas eran nativos del lugar, se diferenciaban claramente de los cartaginenses por su piel negra. Excelentes jinetes, a menudo prestaban sus hombres al reducido personal cartaginés cuando las circunstancias lo requerían. Estas pequeñas negociaciones que Adriano y su subalterno desarrollaban en aquellos momentos, serían la base para el futuro apoyo brindado a romanos por los númidas contra cartaginenses, año 204 antes de Cristo, liderado por Masinisa, el mismo personaje que los visitaba bajo el disfraz.
Claro que ni Protágoras ni su instructor Adriano conocían de antemano, ni podrían haberse imaginado el resplandeciente futuro del joven guerrero. Para ambos, Masinisa no pasaba a ser más allá de una fuerza de reserva en caso de emergencia, como el inicio de las hostilidades, -acontecimiento que se preveía próxima a desatarse- o posible fuente de información interna del imperio cartaginés, por entonces insignificante; su valor residía en que era el único recurso en el área.

Con la fría y mecánica introducción del visitante, se dio inicio a las negociaciones. Los puntos fundamentales no habían variado: tan pronto como las legiones romanas arribasen tierras cartaginesas, Masinisa levantaría todos sus hombres. ¿El precio? La promesa de Roma de nombrar a Masinisa rey de Cartago, una vez conquistada, por supuesto. Pero según Adriano, las promesas de parte de númidas eran insuficientes:
-¿qué más queréis? Nosotros no somos los únicos habitantes de la tierra… pueden buscar apoyo de libios, si así lo deseáis… pero lo que os debo dejar claro… no somos ni numerosos ni aventajados en el arte de la guerra… así que… dejaré claro que estoy ofreciendo toda la ayuda posible…

-no entiendes, queremos información concreta. Una vaga insinuación de la posibilidad del convencimiento de algunos guerreros… es muy poco para nosotros…
-pero su oferta no os resulta tentadora. Si subiéseis algo más la proposición… quizás por el lado del suministro de comida durante los días que dure el combate… ¿quién sabe?

Ardua resultó ser la discusión. A menudo Protágoras, sumido en sus pensamientos, perdía el hilo de las frases, y sólo los atinados gestos de Adriano lograron mantenerlo al corriente de la situación.

Cuando terminó finalmente el trato, otro, quien parecía haber esperado su partida, se acercó esta vez. ¡Rayos! Era Neferefre. Un comerciante conocido en estos últimos días, a través de no sé qué arreglos secretos de Adriano, por entonces el único contacto directo con Egipto. No podían confiar del todo en la red de información proveniente de la captial -era demasiado peligroso, cualquier error podría infiltrarse- así que tenían que arreglárselas por ellos mismos. Protágoras estaba ya cansado, quería regresar a su oficina, pero unas cortas palabras introductorias del egipcio bastaron para atraer la atención de Adriano, y con ello los dolores de cabeza de Protágoras.

Neferefre había oído –OÍDO, NO CONFIRMADO… pensaba Protágoras, ingeniándoselas para convencer a su jefe de la falta de transparencia en la credibilidad de la información- últimamente de ciertos movimientos ´sospechosos´ en el barrio íbero. Recientemente había aumentado considerablemente el ingreso de paja proveniente de Iberia –interesante dato… pero no útil, pensaba con ojos soñolientos y fingido interés, Protágoras- y un interesante personaje se había renombrado a lo largo de toda su narración: un emigrado íbero que vivía en Cartago desde hace unos años. Istolacio.
-verá, Adriano, yo escuché su nombre de los comerciantes que traían la paja, de los compradores, en su conversación, ¡en todas partes! Ahora que lo digo… he escuchado el nombre de Istolacio demasiadas veces. –una característica divertida del egipcio era su costumbre de reflexionar mientras hablaba. Adriano parecía ya saber cómo aprovechar estos fenómenos en su propio beneficio.
-…
-¿no le parece interesante? Quizás suba el precio de combustible en poco tiempo…
-… -para Adriano, las minuciosidades económicas carecían de importancia.
-¿sabe que el fardo de paja es un medio excelente para ingresar armas?
-… -pese a la superficial tranquilidad de Adriano, Protágoras pude observar un repentino cambio en su compañero. Sus pupilas comenzaban a echar luz, y muy sutilmente, sus facciones denotaban tensión. ¿Habrá sido eso un factor importante? Sólamente él lo sabría.
Quizás haya creído que hablaba mucho. O tal vez funcionó su innato olfato para tratar asuntos delicados. Neferefre echó un vistazo a su alrededor –¿qué le parece si a este punto fijamos el precio?- Lo increíble fue la reacción de Adriano:
-No… me dirás el resto más tarde. Vámonos, compañero, creo que tenemos una sorpresa esperándonos en nuestra oficina.

Nunca había visto un Adriano tan ansioso por partir. Recordaba haber escuchado la frase ¨¡vamos, rápido!¨unas cuatro o cinco veces… era increíble. Parecía inspirado en alguna manera por Vulcano; hace momentos estaba en su oficina, ojeando tal vez algunos informes recibidos meses atrás. Por ahora, nada se percibía a través de pared de dos codos aproximadamente; debía estar leyendo algo.

¿Qué estaría buscando? ¿Qué habría logrado captar a en las palabras de Neferefre? ¿Qué sabría Adriano que él no supiese? De cualquier manera, tendría relación con lo dicho por él. ¿Qué le había dicho que tuviera su pizca de importancia, durante el corto trote hasta las puertas de la embajada? Ya no recordaba bien, no era su talento realizar por un lado el recordar de las palabras de Adriano, y al mismo tiempo la búsqueda del porqué. Protágoras se decidió por la última, y trató débilmente de hallar una luz de todo aquello. ¿Qué? ¿Qué? Quizás la noticia de Sagunto… quizás se escapó la noticia de su reunión con Masinisa, quizás un drástico cambio de dirección en la política exterior de Cartago, claro estaba que las posibilidades abundaban por doquier; pero ¿cuál era la más probable? No lo sabía.

Cansado de reflexionar, dirigió la mirada al escritorio.
Una carta. Sellada. Forzó algo su vista y reconoció el sello plateado. Ah. Instrucciones directas del senado. Con manos temblorosas, rompió los protectores y leyó:

A Protágoras:

Estimado colega, es necesario que entregues esta nota a Asdrúbal lo más rápido posible. Información vital para mantención de la paz en actuales condiciones. Se han recibido informes sobre un eventual golpe de estado… toda una red de conspiradores en contra de nuestro amigo… impulsado por sectores extremistas íberos… nuestra inteligencia cree que Aníbal es el único posible líder de todo el movimiento, pero nada es seguro aún… quizás cuando recibas mis notas ya todo el sector esté perdido… si es necesario puedes olvidarte de los métodos tradicionales. Tienes el cuerpo legionario Perseo a tu disposición… toma todos los contactos pertinentes. La vida de nuestro aliado no debe correr peligro… en ese caso es el fin… que Marte te acompañe.

Fabio

Protágoras palidece ligeramente. Sin embargo, trata de mantener la serenidad.
A ver… ordenemos esto… Istolacio… íbero… conspiración… Aníbal… en poco tiempo… debo actuar rápido.

Corre con dirección a la oficina de Adriano. Puertas cerradas. Tras algún forcejeo, la puerta se abre.
-tengo noticias…
Para en seco. Caído sobre un piso ligeramente enrojecido, yace el cuerpo de Adriano. Está irreconocible. Un puñal clavado a sus espaldas. Un pliego de papel en sus manos… oprimiendo la intensa emoción, lo despoja del mensaje y lo lee. Indicaciones similares a la suya. Seguramente lo mataron tan pronto como pudo leer el escrito.
Un pequeño escalofrío reccorre todo su cuerpo. Seguramente el asesino hubiese intentado matarlo. Pero ¿por qué no? Quizás tuviese un objetivo más urgente.. pero ¿cuál sería? Tranquilízate tágoras, vamos, cálmate… así que el golpe estaba planeado para hoy, y el primer víctima ha sido el embajador de Roma… ¿el siguiente? ¡Asdrúbal!

¿Cuántos minutos habría sido? ¿Segundos, tal vez? La casa de Asdrúbal se encuentra a unos cuantos estadios de la suya. Jadea. Su cara está palpitante, por el esfuerzo impuesto a su débil cuerpo. La imponente puerta está frente a él. No se atreve a entrar. El sol se esfuerza por mantenerse en el cielo. Ya está oscuro, por lo demás. Da voces hacia dentro… por cierto que alguien se acerca corriendo desde adentro. Istolacio.

Protágoras se mantiene inmutable. Ya es tarde para escapar. Lo observa atentamente. Empuña en sus manos un cuchillo corto y opaco. Se acerca y para a suficiente distancia como para atravesarlo con una lanza. Ah… descubre la razón de la falta de brillo en el cuchillo; está cubierta de sangre. Cierra los ojos. Cada instante parece siglo… todo se ha acabado. Recuerda las palabras de Fabio: ¨…en ese caso es el fin¨.

es el fin es el fin tiene razón desde la toma de cerdeña no había posibilidad alguna de una paz con cartago sus rencores son profundos no hay manera de evitarlo es el fin la paz ha terminado la guerra será corta pero miles de gente inocente sufrirá morirán soldados por millares es el fin seguro que aníbal ha ordenado el asesinato asdrúbal ha muerto la guerra se pospondrá hasta que aníbal adquiera suficientes fuerzas entonces estallará es el fin

Exasperado, abre los ojos. Frunce el ceño y le dirige una mirada penetrante. Istolacio permanece de pie, donde lo ha visto recién. Una suave pero honda sonrisa llena ahora su rostro. Una llama infernal suple la ausencia de inteligencia en sus ojos.
-¿y bien?
-Aníbal te ordenó esto.
-podríamos decir que sí… pero él no lo sabe… simplemente lo estoy utilizando para mi propósito. Mi deseo es la destrucción de Roma. Jaja, también tengo unas viejas cuentas con… -despectivamente, escupe sobre su cuchillo- crucificó a mi padre.
-animal… tu ceguera no puede impedir la prosperidad de Roma. Cartago es un puñado de mercenarios fácilmente corruptibles… nuestro potencial es el patriotismo.
El guerrero permaneció impasible. Una amplia curvatura permanecía en su boca mirtras observaba a Protágoras.
-¿por qué mataste primero a Adriano?
-Aníbal no quiere que la información salga más alla de su círuculo de cómplices. –sonrió irónicamente, como burlándose de la imaginaria cobardía de su contratador- Piensa informarlo oficialmente como desapariciones… la de Asdrúbal será registrada como asesinato de un enemigo suyo, dos meses más tarde.
-ignoras los verdaderos propósitos de Aníbal. Simplemente te está utilizando.
-y yo a él… jajaja.. es la ley mundana.
-¿crees que matándome acallarás la noticia del levantamiento? Bien sabes que…
Y es rápido, violento, definitivo. El golpe es certero y el dolor insoportable. Ignorando completamente que el filo ha alcanzado sus pulmones, lucha por respirar. Siente a lo largo de todo se cuerpo el temblor producido por un continuo y agudo resollar. Agarra con ambas manos su abdomen.

El agresor lo observa triunfante. Arde por sus ojos salvaje alegría; la pasión por lo oscuro, lo perverso.

así que realmente no conoce más de lo que ve no ve más allá de lo material quizás tenga la razón pero entonces no vale la pena existir seguro debe haber una meta más elevada de la vida este individuo llega a inspirarme compasión es un niño no sabe nada

Caído de rodillas, se esfuerza por mantenerse en esa posición. Ya no puede inhalar aire. La vista comienza a hacerse borrosa y con ello, la mente.

no puedo acabar así no no puede ser es injusto yo luché toda mi vida por conocer la verdad no puedo morir ahora no no me opongo es injusto debe llegar la paz la verdad a este mundo no en el estado actual no hay esperanzas para nadie para nada esta realidad debe renacer la realidad dista demasiado del idealismo utópico no no no

Ya no podía pensar. Las fuerzas lo abandonaban, a la vez que sentía un tosco y lejano golpe aplicado sobre su estómago. Al mismo tiempo oía voces, sonidos incomprensibles, gruñidos.

Protágoras murió. El soldado íbero lo arrastraba para esconderlo en el muelle.

Las primeras estrellas se asomaban sobre el cielo… sobre una negra, negra noche.

Epílogo:

Al día siguiente, la noticia de la muerte de Asdrúbal corrió toda la ciudad. En medio de la confusión desorbitante, las muertes de dos embajadores romanos no cobraron su debida importancia. Aníbal tomó el poder. Tres años pasaron hasta que estalló finalmente la segunda guerra púnica. 16 años después –202 A.C.- el ejército romano, comandado por Escipión, derrotó las fuerzas cartginesas de Aníbal en la batalla de Zama. Cartago se rendía sin condiciones; medio siglo después, 147 A.C., tras tres años de ardua lucha, Cartago era conquistada y definitivamente destruida, siendo prohibida su reconstrucción. De sus antiguas y envidiadas glorias de entonces, no queda memoria alguna…


Publicado

en

,

por

Etiquetas:

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *