Érase Augusto, otro de
muchos que divagasen
asolados caminos.
De pronto, no creyólo:
sí, sí lograba entender
¡vida insignificante!
Un grito, del postrer
estruendo, se expandía
a lo largo de lejanos
espacios; como un réquiem
llevóse consigo, su
recuerdo de los olvidos.
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